RINCONES DE SICILIA:
De paseo por Siracusa
Recreación en 3D del Templo de Apolo de Siracusa |
Siracusa, residencia del pretor M.Tulio Cicerón y ciudad más próspera de toda Sicilia...
[...] Fueron unas semanas de poca actividad
a destacar salvo por una ceremonia que sí que me sorprendió gratamente.
Asistimos con curiosidad durante el crepúsculo del primer día de las calendas
de Aprilis a la festividad de Afrodita, nuestra Venus. En las ciudades
de Sicilia se solapaban ambos cultos, pues la tibia adopción de las costumbres
romanas tan sólo había conseguido cambiar el nombre de la diosa después de ya
más de cien años de domino de la República sobre aquellas gentes de origen
sículo y heleno. Nos colocamos en un cercado de la colina y vimos una enorme e
inigualable procesión de mujeres de todo tipo y condición. Patricias y
plebeyas, las había gruesas, de coloridos mofletes, redondas caderas y pechos
abundantes, y las había también delgadas, de rasgos angulosos, pocas carnes,
escaso busto y piernas esbeltas, rubias y cobrizas, pálidas y morenas… Todas
ellas desfilaban austeramente vestidas con vaporosas y ligeras túnicas blancas,
impecablemente peinadas y esgrimiendo, como único adminículo, un pequeño
pebetero de bronce con la sagrada forma triangular de la fertilidad en cuyo
interior pequeños cristalillos del más puro incienso de los recónditos países
de más allá de las fuentes del Nilo se quemaban, extrayendo volutas de intenso
aroma con el que la brisa vespertina nos envolvía. Aquellos vahos le
confirieron al respetuoso momento un misticismo que llegó a erizarme el vello
desde donde la espalda pierde su nombre hasta la base del cogote.
Fuente de Aretusa |
Aquella colección de rotunda feminidad y
hermosura se dirigía, parsimoniosamente, a la Fuente de la Ninfa de la Ortygia,
al conocido manantial de Aretusa, para realizar en aquel sacro lugar las
abluciones rituales de la diosa. Otras mujeres de arrebatadora belleza iban
provistas de sinuosos cántaros decorados con escenas de los héroes y los
dioses. Eran crateras y jarras de fina loza ática todas ellas rebosantes de
leche, símbolo de la fertilidad femenina, con la que agasajaban a los allí
concurrentes. Tomé una chata cratera de dos asas de las manos de una guapa y
atlética sícula de curvas vertiginosas, una fiera de ojos negros como las
conchas de los moluscos de las playas de mi tierra y piel tenuemente dorada por
el sol que expelía un suave aroma a jacintos que seducía sólo con respirarlo.
Aquella musa me brindó el dulce néctar de su recipiente. Me sorprendió su
intenso e inesperado dulzor procedente de la miel de romero, tomillo y lavanda
salvaje de los bosques de la gran montaña sagrada, y noté por su rápido efecto
embriagador que no sólo era la miel el único ingrediente de aquel brebaje
lácteo. No le quité ojo en toda la noche a aquella muchacha que, con su sonrisa
blanca y perfecta, me empujaba a seguir llenando más y más veces mi cratera
vacía. Y a cada copa que apuraba, más negros y profundos veía sus ojos, más
rojos veía sus labios, más curvadas sus caderas y más embrujador su generoso
escote perlado de gotas de sudor resbalando entre sus senos hacia el misterioso
interior que escondía sus encantos.
Ruinas del Templo de Apolo |
VALENTIA, Las memorias de Cayo Antonio Naso
Un blog maravilloso para empaparse de Historia.
ResponderEliminarFelicidades