Archienemigos de Roma:
TACFARINAS, el rebelde del Sáhara
Mi última colaboración en www.historiasdelahistoria.com
Nuestro archienemigo de hoy fue un hombre indomable, un apasionado defensor de la libertad de sus tierras agrestes frente al codicioso invasor, un líder nato que mantuvo en jaque a las guarniciones romanas hasta que el mismo emperador Tiberio ordenó que fuese eliminado para siempre. En el largo tiempo que duró el mundo romano, no recuerdo a ningún otro caudillo tribal que acaparase la atención de cuatro diferentes procónsules, y menos que tres de ellos celebrasen su triunfo en las calles de Roma por vencer a un enemigo al que, en realidad, no habían vencido.
Comencemos por el principio… ¿Quién fue Tacfarinas? Su nombre latinizado procede del original en bereber, Tikfarin. Por las escasas fuentes clásicas que abordan su rebelión, principalmente Tácito en sus Anales, se deduce que no procedía de familia noble o acaudalada. Como muchos otros jóvenes musulani, una de las tribus nómadas de la Numidia pre-sahariana, acabó enrolándose como un jinete auxilia más de las legiones. Ya en tiempos de los Barca, la mejor caballería ligera de la Antigüedad procedía de las estepas norteafricanas: getulos, númidas y garamantes nutrían las alas de las legiones desde la Segunda Guerra Púnica.
Uno de los oasis libios |
Quizá la falta de una presión sistemática en la indeterminada frontera del sur hizo que, después de la exitosa expedición de L. Cornelio Balbo, gaditano y procónsul de África, contra los garamantes en el 19 a.C., sólo una legión controlase tan vasta zona, la III Augusta, acampada cerca de Theveste (Tébessa, Argelia) Las explotaciones latifundistas de finales de la República se expandieron inexorablemente por las tierras de pastoreo que sostenían a los nómadas, obligándoles a replegarse cada vez más al seco sur. Esta sumisión a los terratenientes o desplazamiento forzoso provocó innumerables pequeños conflictos, como el solventado por Balbo, que se saldaron con más de cinco mil victimas indígenas tras las sucesivas represiones romanas.
Ruinas de la antigua base de la III Augusta |
El gobernador en cuestión, Marco Furio Camilo, harto de las airadas protestas de los latifundistas cuyos campos eran saqueados en las recurrentes razias de Mazippa, movilizó en la primavera del 17 a la III Augusta y sus cuerpos auxiliares, en total cerca de 10.000 hombres, dispuesto a presentarle batalla al númida rebelde. El enfrentamiento se saldó a su favor, huyendo Tacfarinas hacia el desierto tras ser derrotado por la férrea infantería pesada de las legiones. Camilo se ganó un triunfo, pero el problema no se conjuró, tan solo se aplazó.
Poco después de que el tal Camilo celebrase su victoria entre vítores y aplausos, Tacfarinas volvió a la carga, continuando con su estrategia de guerrillas, tan típica en tierras africanas e hispanas. Las protestas continuaron y el siguiente procónsul para el 18, Lucio Apronio, se vio forzado a remprender la campaña contra los insurgentes. Tacfarinas se envalentonó tras realizar varias incursiones relámpago con mucho éxito, tanto como para poner sitio a un campamento junto al río Pagyda en el que una cohorte de la III Augusta permanecía fortificada. Un centurión llamado Decrio era el primus pilus al mando de aquel contingente y, según nos lega Tácito, “consideró vergonzoso que los legionarios romanos se sintiesen asediados por una chusma de desertores y vagos”. Decrio dirigió una salida dispuesto a romper el cerco, acción que fracasó debido a la superioridad numérica de los númidas. El valiente centurión, herido de flecha en un ojo y varias partes más de su cuerpo, les ordenó a gritos a sus hombres seguir avanzando, pero aquellos, atemorizados por la fiereza de los indígenas, le dejaron morir solo y se retiraron al resguardo de los muros de su fortín. Tacfarinas, apremiado por la llegada de Apronio y los refuerzos, levantaron el cerco, pero el procónsul, cuando liberó el fuerte y supo de la conducta ignominiosa y cobarde de aquella cohorte, ordenó que se aplicase el peor castigo disciplinario del ejército romano: el diezmo. Uno de cada diez hombres murió apaleado por sus propios compañeros…
El escarmiento del río Pagyda
resultó un estímulo implacable para las tropas romanas. Poco después, la III
Augusta se enfrentó a Tacfarinas en Thala (Túnez, el mismo lugar donde
fue vencido 120 años antes otro númida memorable, Yugurta),
derrotando de nuevo a las tribus indígenas a campo abierto. Esta victoria romana
le hizo confirmar a Tacfarinas su enorme dificultad de vencer según las normas
de la guerra convencional a una legión romana, obligándole a seguir insistiendo
en su plan de guerrillas que tan buen resultado le había dado hasta aquel
momento. Para mayor cúmulo de desgracias, durante su repliegue hacia la costa
fue sorprendido por un destacamento comandando por el hijo del procónsul,
L. Apronio Cesanio, escaramuza de la consiguió escapar y
refugiarse en los Montes Aurès, pero a costa de que el joven tribuno se
apoderase de todo el botín de guerra que había amasado tras tres años de
correrías. Apronio padre lo exhibió por las calles de Roma en el triunfo que el
Senado le concedió por semejante hazaña. De nuevo, el problema estaba
parcialmente resuelto… pero solo parcialmente.
Poco después de dicho triunfo, Tacfarinas envió un embajador a Roma, dispuesto a entrevistarse con el mismísimo Tiberio y reclamarle tierras para él y los suyos dentro de la provincia a cambio de un armisticio total. La misiva, más que una oferta de paz, era un chantaje, pues Tacfarinas advertía al emperador de que, de no aceptar dicho acuerdo, mantendría sus hostilidades de forma permanente en una guerra sin fin contra Roma. La oferta del númida era seria, pero Tiberio estalló en cólera cuando la escuchó. Tácito recoge en sus Anales que el emperador, cuya cordura y estabilidad emocional empeoró, y mucho, con la edad, dijo:
Ni siquiera Espartaco se atrevió a enviar mensajeros
El enfado de Tiberio, ultrajado de que un apestoso desertor de las legiones, para él un infame bandido, le tratase como a un igual, proponiéndole pactos de estado, le hizo no escatimar recursos para aniquilar a semejante energúmeno de una vez por todas. Obviamente, la oferta fue rechazada y el emperador encargó al Senado la elección de un comandante capaz que solventara tan feo asunto. El elegido fue el tío de Lucio Aelio Sejano, la “siniestra” mano derecha de Tiberio, llamado Quinto Junio Bleso, un veterano de las legiones con experiencia en gobernar provincias conflictivas como Panonia. Además de la III Augusta instalada en África, Bleso se llevó consigo la IX Hispana y la XV Cohors Voluntariorum desde el limes del Danubio. Entre las dos legiones, la cohorte y sus auxilia, Bleso aunó cerca de 20.000 hombres en su aventura africana. Su primera disposición fue sencilla: el perdón indiscriminado para quien desertara de la revuelta, para todos menos para uno: Tacfarinas. El nuevo procónsul, contando con el doble de efectivos que sus dos antecesores, cambió de estrategia. No buscó un combate campal en el que vencer sin exterminar a los rebeldes, sino que partió sus fuerzas en tres columnas que se adentraron en tierras númidas por tres lugares diferentes, creando un enjambre de fortines permanentes con el que cortarles los movimientos a los insurgentes. La táctica de acoso y cerco dio su fruto. En el 22 hubo nuevos enfrentamientos, el hermano de Tacfarinas fue apresado y la disidencia popular se disolvió como una tempestad de arena. Después de retirar sus tropas durante el invierno, Bleso volvió a Roma en la primavera del 23 y tuvo su triunfo, el último otorgado a alguien no perteneciente a la familia imperial; Tiberio quedó satisfecho pero, de nuevo, el problema quedó sin resolver.
Juba II |
Guerreros númidas |
Con la muerte de Tacfarinas se desvaneció el último aliento de independencia de las tierras de los musulami, quedando integradas hasta la llegada de los vándalos dentro de la provincia de África. P. Cornelio Dolabela, el verdadero vencedor del insurgente númida, reclamó su triunfo al Senado, pero su proposición fue desestimada por orden de Tiberio. Tácito intuyó la alargada sombra de Sejano tras aquella injusta decisión, pues si hubo alguien merecedor del triunfo sobre Tacfarinas, ese era Dolabela, aunque ello hubiese supuesto la vergüenza de Bleso, y peor aún, del propio Tiberio.
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