Archienemigos de Roma:
RETÓGENES, el numantino
Vigésimo octava entrada de esta serie en www.historiasdelahistoria.com
Nuestro archienemigo de hoy no fue un
gran caudillo militar, o un héroe admirado y loado, fue un joven guerrero, un
elemento más dentro de la feroz resistencia que una sola ciudad opuso a la
máquina militar mejor engrasada del mundo antiguo: Numancia. Sirva este artículo como homenaje no solo al joven Retógenes, sino a los dos mil
quinientos numantinos que, todos a una como la posterior Fuenteovejuna, no
dieron su brazo a torcer ante el invasor romano.
Entremos en contexto. Numancia. Solo mentar aquella pequeña y terca ciudad de Hispania en el foro de
Roma provocaba sarpullido. Los hijos de los grandes hombres, en vez de
alistarse para ganar fama y prestigio en su cursus
honorum, trataban de eludir sus compromisos militares con tal de no acabar
enrolados en el siguiente ejército que partiría hacia la indómita frontera
hispana. Durante casi veinte años, las tribus celtíberas y arévacas se
mantuvieron en clara hostilidad frente a Roma, desafiándola y ocasionándoles a
los cónsules encargados del asunto derrotas y humillaciones como la de G. Hostilio Mancino que, como castigo
por haber pactado con el enemigo, acabó desnudo ante los muros de Numancia. Aquel
cúmulo de desastres perduró hasta que el Senado se hartó de aquella situación
estancada y decidió encargarle al más prestigioso militar del momento, el flamante
conquistador de Cartago, que atajase el problema hispano definitivamente.
En el 134 a.C., Publio Cornelio Escipión Emiliano, nieto adoptivo del Escipión el Africano
que tan bien nos ha recreado últimamente Santiago Posteguillo, tomó las riendas
del asunto. Una vez ratificado en su cargo, y modificado el calendario para
poder acometer el proyecto dentro del año que duraba el mismo, equipó 4.000
voluntarios con su propia pecunia, formando su “cohorte de amigos” con los más
afines de ellos. El Senado le negó fondos para tan arriesgado proyecto, pero
Escipión, con desprecio según nos dejó Plutarco, les dijo que “le bastaba el suyo y el de sus amigos”.
Cuando llegó a Numancia no entró de inmediato en combate con los obstinados numantinos.
Tenía mucho trabajo por delante que hacer con sus propios hombres, cuya
disciplina brillaba por su ausencia tras años y años de falta de liderazgo. Empezando
por expulsar del campamento a las concubinas, rameras, adivinos, buhoneros y
demás parásitos del ejército que convivían con los legionarios, les aplicó
marchas y maniobras con severidad, devolviéndoles a las legiones su condición
de ejército. Uno de los tribunos destinados en Hispania mostró tanta entrega en
recuperar la moral de las tropas que Escipión le condecoró. Se llamaba Gayo
Mario. Estando en aquellas cuitas, llegó su aliado númida, el rey Yugurta, con 15.000 hombres y 20
elefantes. Aun así, sabía que no era suficiente.Guerrero numantinos |
Los Consejos de Termes (Montejo de Tiermes) y Uxama
(Burgo de Osma) le dieron calabazas y solo la juventud guerrera de Lutia (quizá Luzaga) les acogió como
héroes y les prometió ayuda. Uno de los errores más comunes heredados de la
educación de otros tiempos, y que sobrevive en algunos esperpentos televisivos
ambientados en los nuestros, es pensar en una Iberia unida frente al invasor
romano. Esa imagen idealizada del indígena confederado ante la potencia
extranjera es completamente falsa. Ninguna ciudad apoyaba a la vecina per se, pues cada etnia o ciudad de la vieja
Iberia velaba por sus propios intereses, con o contra Roma. Sirva este macabro
ejemplo como prueba de ello: el propio Consejo de los Ancianos de Lutia, temeroso de las represalias del
inflexible Escipión en cuanto se supiese la insurrección de los jóvenes,
decidió anticiparse a los hechos y avisar a los romanos de las intenciones de
sus impetuosos guerreros. La reacción de Escipión fue implacable. Las tropas
romanas entraron en Lutia por
sorpresa, antes de que la leva se movilizase, capturando a los jóvenes
numantinos y sus nuevos aliados lutiakos. El castigo fue tan explícito como
ignominioso: 400 jóvenes guerreros
perdieron aquel día su mano derecha, inhabilitándolos para levantar su espada
contra Roma… y poder morir en un combate honroso. No se sabe si Retógenes fue uno de aquellos 400
mutilados, pero es muy probable de que así fuese. Nada más se supo de él.
El fin de Numancia |
Numancia cayó el 133 a.C. Tras la infructuosa
y postrera embajada del consejero Avaros, en la que Escipión no aceptó ningún
trato de favor en caso de pactar la rendición, sus indómitos habitantes
prefirieron el efecto del tejo, el fuego o el hierro antes de acabar comiéndose
unos a otros o cargados de cadenas arrodillados frente a aquel arrogante legado
romano. Solo unos pocos desfilaron en el triunfo de Escipión Emiliano por las
calles de Roma, desde entonces también llamado Numantino, y el resto fueron
vendidos como esclavos. Tras la caída de Numancia, toda la Celtiberia se
mantuvo en paz hasta que, setenta años después, un caballero tuerto e idealista
incendiase Hispania en su rebelión contra la tiranía de Sila: hablamos de mi
querido Quinto Sertorio.
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