Archienemigos de Roma:
Simón Bar
Kobja, el verdadero Mesías
Nuestro archienemigo de hoy fue un
hombre religioso y patriótico, una verdadera molestia para un Imperio cada vez
más helenístico. Su obstinación y sedición provocó una de las represalias más
sangrientas de la Historia, además ordenada por un personaje al que el paso del
tiempo lo ha catalogado como más un filósofo que un militar.
No se sabe con exactitud cuando nació Simón ben Kosba (שמעון בן כוסבא), también llamado ben Koziba (בן כוזיבא) en otras fuentes,
quien acaudilló la gran rebelión de los judíos contra el Imperio Romano. Su
nombre entró en la Historia cuando el Taná Raví Akiva ben Iosef, sabio rabínico y persona influyente del Sanedrín,
le concedió el nombre de Bar Kokeba (del
arameo “Hijo de una Estrella”, en
referencia al versículo bíblico Números
24:17, “Descenderá una estrella de
Iacob”) De esta manera, Akiva señaló a Ben
Kosba como el auténtico Mesías
que liberaría al pueblo judío de sus opresores.
Sesenta años después, el emperador Adriano decidió remodelar de nuevo la vieja
ciudad, pero llamándola Aelia Capitolina
(Aelia por su nombre, Publio Elio Adriano, Capitolina por el Gran Padre Júpiter) No
contento con eso, en su línea de “civilizar” a los primitivos judíos, el
emperador promulgó un decreto por el que prohibía expresamente la práctica de
la circuncisión, así como el respeto del Sabbat y otras leyes religiosas. Hay
que pensar que para un hombre tan “filo helénico” como fue Adriano, la
circuncisión no era más que una aberrante mutilación. Nada sabían por entonces
los médicos de estadísticas sobre el origen de las infecciones y su estrecha
relación con la mortalidad infantil, verdadera razón por la que un prepucio
limpio hacía llegar más niños a la madurez. Como último intento de llegar a un
pacto, el Raví Akiva encabezó una
delegación que se entrevistó con el pretor romano, Turno Rufo, pero éste desoyó la petición de los judíos. La chispa
de la sedición estaba prendiendo con fuerza en la siempre díscola Judea...
Según Dión
Casio, la revuelta estalló cuando Turno Rufo decidió mover la VI Ferrata a la capital de Judea para
asegurarse una tranquila refundación de Jerusalén como Aelia Capitolina. Corría el año 132 cuando Akiva, indignado por la
provocación romana, convocó al Sanedrín y a los elegidos para ejecutar la
ansiada rebelión. En aquella reunión secreta, el Raví y sus afines decidieron
como levantar la provincia entera sin caer en los errores que Simón Bar Giora cometiese en la
revuelta del 60. El nuevo Simón, el presunto Mesías, fue el elegido para ejecutar los planes del Sanedrín: alzó
con éxito la ciudad y provincia contra Rufo, aniquilando de paso a la VI Ferrata y a la XXII Deiotariana que pretendía auxiliar al pretor desde su base en
Egipto. En muy poco tiempo, Simón bar Kobja
controlaba toda la Judea romana ejerciendo de caudillo militar apoyado sin
condiciones por la facción más dura del sector religioso.
La noticia de la rebelión llegó pronto a
Antioquía, donde casualmente se encontraba el emperador Adriano. Incapaz de reaccionar con rapidez ante aquella inesperada sedición,
necesitó cerca de dos años y medio para movilizar las doce legiones que
llegaron desde todo Oriente, incluso desde el Danubio, y ponerlas bajo el mando
de un hombre de gran reputación en asuntos militares, Sexto Julio Severo, hasta entonces gobernador de Britania. Mientras
tanto, Simón bar Kobja fue
proclamado oficialmente “Nasí”,
Príncipe de Israel, gobernó como un soberano toda Judea, llegando a acuñar
monedas con el lema “Era de la Redención
de Israel”. Con la ayuda de su aliado Akiva
como líder indiscutible del Sanedrín, quien había reanudado los sacrificios y
oficios del judaísmo proscritos por el gobierno de Roma, según pasaban los
meses se sentía más fuerte, además de convertirse en un imán para el resto de
judíos diseminados por todo el Imperio que volvían a su tierra llamados por la
ilusión de su mensaje libertador.
Pero Roma nunca fue un enemigo cómodo, es más,
Adriano heredó de su antecesor la
mayor extensión territorial que tuvo el Imperio, por lo que no podía consentir
que un sedicioso pueblo sometido desestabilizase la siempre insegura frontera
oriental. Severo hizo enseña de su cognomen. Evitando siempre una batalla
campal de incierto resultado, en el verano del 135 entraba a sangre y fuego en
Jerusalén, con mayor crudeza y brutalidad que en el asalto de las tropas de
Tito. El Raví Akiva fue apresado durante la contienda y conducido a Cesárea, base
romana desde tiempos de Herodes, donde fue acusado de violar el decreto de Adriano que prohibía expresamente la
enseñanza de la Torá. Los carceleros
romanos en Oriente nunca se caracterizaron por su indulgencia: Akiva ben Iosef fue torturado con
peines de hierro incandescentes que arrancaban la piel a tiras, llamados “uñas de gato”, hasta morir. Es uno de
los diez mártires del judaísmo que se sigue venerando hoy en día.
El Incendio del Templo, en el asalto del 70 |
Tras la caída de Jerusalén, el “Nasí” y sus más fieles huyeron a la
fortaleza de Bethar (Beitar) Por
órdenes directas de Adriano, Julio Severo
les siguió, les rodeó y tomó Bethar
al asalto sin ninguna piedad, propiciando la muerte de todos quienes allí
resistían. Así lo recoge el Talmud. Además,
tuvieron que pasar diecisiete años para que las autoridades romanas permitiesen
enterrar los restos apilados de los rebeldes que quedaron allí como banquete
para los buitres. Bar Kobja murió en
Bethar, defendiendo su credo y país
hasta su último aliento. Como tributo a su coraje, el primer presidente del
moderno estado de Israel cambió su nombre auténtico, David Grüm, por David Ben
Gurion en homenaje a uno de los aguerridos oficiales que acompañaron hasta
la muerte a Simón bar Kobja. No
todos los judíos secundaron aquella rebelión. Sus detractores, tanto judíos
como “filo romanos”, le llamaron Simón
bar Koceba (“el hijo de la mentira”), en burla a su mesiánica obstinación.
Según Dión
Casio, la revuelta de Simón bar
Kojba se saldó con 580.000 judíos muertos, así como el asalto de cincuenta
ciudades y 985 aldeas. Como hemos visto, en el otro bando tampoco fueron pocas
las bajas. Cuando el emperador envió notificación al Senado de su victoria,
excluyó la frase protocolaria “Yo y las
legiones estamos bien” en consideración a las defenestradas X y XXII. Además, no hubo triunfo por la gesta de
Severo, siendo este el único caso conocido en el que un legado victorioso no
reclamase su momento de gloria en las calles de Roma.
El emperador Adriano |
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